Para desestabilizar a una persona no hace falta crear un conflicto directo o ejercer la violencia física. El uso ironías, burlas o insinuaciones forman parte de un tipo de comunicación entre iguales en la que un individuo sale perjudicado. Hablamos de comunicación perversa y puede darse en la pareja, en las relaciones de amistad y en el ámbito laboral.
La comunicación perversa hace referencia a una tortura psicológica hacia un semejante, la cual no hace ruido pero desestabiliza y confunde a aquel a quien va dirigida. Todo ello puede empezar con una simple falta de respeto sin que, por supuesto, se produzca ningún sentimiento de culpa por parte de quien la emite.
Para ejercer este tipo de comunicación basta con que un individuo se burle de los gustos personales de su compañero, de sus logros o expectativas, tanto en privado como en público. También es común que le prive de la oportunidad de expresarse o hacer insinuaciones sobre el otro sin llegar a esclarecerlas.
Otras veces es tan sencillo como dejar de dirigirle la palabra, a pesar de los constantes intentos de comprobación que hace la “víctima” por conocer si verdaderamente su compañero le está ignorando sin razón aparente. Estas acciones normalmente van a acompañadas de comunicación no verbal a través de miradas altaneras o suspiros desmesurados.
“Una palabra a tiempo puede matar o humillar sin que uno se manche las manos” -Pierre Desproges-
La ironía y la burla son dos armas que manejan estos individuos y que van a determinar su círculo de relaciones. A priori, esta actitud puede dar la impresión de un individuo fuerte ya que, de cara a la galería, le coloca en la posición «del que supuestamente sabe».
La persistencia de esta actitud desemboca en la creencia colectiva de que esa persona “es así”. En el fondo lo que consigue es crear climas desagradables y atmósferas poco recomendables en todas aquellas áreas o facetas de su vida a las que extiende su actitud. Una actitud que al mismo tiempo que contribuye a que nunca pueda crear espacios de comunicación completamente sinceros e íntimos.
De ese modo, el interlocutor termina por consentir los sarcasmos, la indiferencia y los desprecios de su pareja, amigo o compañero de trabajo, como si fueran el precio que hay que pagar por mantener una relación con ese compañero atractivo, pero sumamente complicado.
Los sarcasmos y los leves desprecios se usan como pequeñas pinceladas que incomodan y molestan al otro y que con frecuencia se dan en presencia de otras personas. Además, suelen contar con el refuerzo de un cómplice que forma parte del grupo. La agresión es tan insidiosa que el receptor llega a dudar si la cosa va en serio o es una broma y debería aceptarla.
Estas acciones son tan cotidianas que parecen lo más normal del mundo. Empiezan con una simple falta de respeto, pero desemboca en ataques continuos que tendrán consecuencias importantes para la salud psicológica del que los sufre.
Se trata de algo tan sibilino y que forma parte de la vida diaria que las victimas acaban optando por asumirlo y aceptarlo: terminan encumbrando a esas personas con la clara certeza de que es mejor estar con ellos que contra ellos. Esto desemboca en una auténtica distorsión de la relación entre ambas partes.
Marie-France Irigoyen nos habla de este tipo de violencia, esa que se instala de manera muy sigilosa y muy gradual, y que la persona que la padece no reacciona para contraatacar sino que manifiesta la actitud que más alimenta las agresiones encubiertas del otro: hablamos de una excesiva amabilidad. Creen que si consiguen agradar un poco más, en algún momento su compañero difícil se volverá cortés.
No olvidemos que si en algún momento el perjudicado decide rebelarse y sacar un poco los pies del tiesto, el “ser superior” se encargará de frenarle, anulando toda capacidad de pensamiento crítico y haciéndole perder la noción de su identidad.
Aquellas personas que sienten cierta inseguridad de sí mismas son susceptibles de ser captadas por aquellos que manipulan. Este tipo de personas anteponen las opiniones de los demás a las suyas pues creen que siempre van a saber más sobre cualquier tema.
Tras todo lo expuesto, ¿quién es el verdadero inseguro de sí mismo, aquel que es manipulado o el que necesita manipular para sentirse fuerte ante las situaciones de la vida diaria? Por todo ello, se esclarece la necesidad de educar desde edades tempranas en el respeto hacia los demás. Debemos comprender que cada individuo es único e irrepetible y que no debe ser una figura de amenaza para sus iguales.
A ti que no te conozco (o sí), puedo decirte que tienes el mismo valor que cualquiera de los que te rodean (ni más, ni menos). Sal pisando fuerte allá donde vayas pues tu físico, tus opiniones, tus aspiraciones y tus metas son dignos de ser apreciados.
Autor: psicóloga Raquel Martínez Rico