02 Jun
02Jun

No se sabe cuál sea el potencial del niño y no hay modo de averiguar qué va a ser, así que no puede sugerirse ningún procedimiento: «Así es como debes ayudar a tu hijo». Cada niño es único, así que no hay una disciplina general para todos…

No hay dos niños iguales. ¿Cómo es posible sugerir, cómo se puede tener el descaro de sugerir un programa general con lo que se debe hacer?...

Me preguntas por la manera correcta de ayudar a los niños. La manera correcta es no ayudar a los niños de ninguna manera. Si tienes valor, te lo suplico, no ayudes a tu hijo. Ámalo, cuídalo. Deja que sea lo que quiera ser. Deja que vaya a donde quiera. Tu mente se sentirá tentada una y otra vez a interferir, y tendrá buenos pretextos. La mente es muy lista para racionalizar: «Si no interfieres puede haber peligro; el niño se puede caer en el pozo si no lo detienes». Pero te digo que es mejor dejar que se caiga en el pozo que ayudarlo y destruirlo. Es una posibilidad muy remota que el niño caiga en el pozo; y aun así, no significa que muera: es posible sacarlo del pozo. Y si de verdad te preocupa, puedes tapar el pozo; pero no ayudes al niño ni interfieras en él. El pozo puede cerrarse, pero no interfieras en el niño. Lo que en realidad debe preocuparte es eliminar todos los peligros, pero no interferir. Déjalo seguir su camino. Tendrás que entender algunas pautas importantes del crecimiento. La vida tiene ciclos de siete años, se mueve en círculos de siete años, así como la tierra da una vuelta sobre su eje cada veinticuatro horas…

Los primeros siete años son los más importantes porque se cimienta la vida…

Esos primeros siete años son los años en que te condicionan, te retacan de toda clase de ideas que van a acosarte toda la vida, que van a alejarte de tus potencialidades, que van a corromperte, que nunca te dejarán ver con claridad. Siempre volverán como nubes frente a tus ojos a confundirlo todo…

La primera expresión de amor hacia el niño es dejar que en sus primeros siete años sea absolutamente inocente, incondicionado; dejarlo siete años completamente libre, pagano. No debe ser convertido al hinduismo, al mahometismo, al cristianismo. Quien trate de convertir a un niño no es caritativo, más bien es cruel: contamina el alma de alguien nuevo, recién llegado. Antes de que el niño haya hecho las preguntas, se le han respondido con filosofías, dogmas e ideologías preestablecidas. Es una situación muy extraña. El niño no ha preguntado sobre Dios y le enseñas acerca de Dios. ¿Para qué tanta impaciencia? ¡Espera! Si algún día el niño muestra interés en Dios y se pone a preguntar acerca de Dios, trata entonces de decirle no solo tu idea de Dios, puesto que nadie tiene el monopolio. Preséntale todas las ideas de Dios que en diferentes tiempos diversas religiones, culturas, civilizaciones han puesto ante los pueblos…

Después de los siete años, si se conservó la inocencia del niño, si no se corrompió con las ideas de los demás, apartarlo de su crecimiento potencial se vuelve imposible. Los primeros siete años del niño son los más vulnerables, y están en manos de padres, maestros, sacerdotes…

Salvar a los niños de padres, sacerdotes, maestros es una cuestión de graves proporciones y parece casi imposible de resolver. No es cuestión de ayudar a los niños. Es cuestión de protegerlos. Si tienes un hijo, protégelo de ti mismo. Protege al niño de otros que puedan ejercer una influencia en él: por lo menos hasta los siete años, protégelo. El niño es como una plantita, débil, blanda: basta una corriente fuerte para romperla, cualquier animal se la puede comer. Tiende una alambrada protectora alrededor, pero que no sea una cárcel, pues solo lo estás protegiendo. Cuando la planta crezca, se retiran los alambres. Protege a tu hijo de toda influencia para que no deje de ser él mismo. Es cuestión de nada más siete años, porque para entonces se completa el primer ciclo. En siete años estará bien asentado, centrado, y será bastante fuerte. No sabes lo fuerte que puede ser un niño de siete años porque no has visto niños sin corromper; únicamente has visto niños corrompidos. Llevan los miedos, la cobardía de padres y madres, de su familia. No son ellos mismos. Si un niño pasa sin corromperse los primeros siete años… te sorprenderías si conocieras un niño así. Sería tan agudo como una espada. Sus ojos y su entendimiento serán claros. Y verás en él una fuerza tan grande que no se encuentra ni en un adulto de setenta, porque sus cimientos son endebles. De hecho, conforme la edificación se hace más y más alta, más inestable se vuelve. Así verás que cuanto mayor es una persona, más miedo siente. De joven puede ser ateo, pero cuando envejece comienza a creer en Dios. ¿Por qué pasa eso?...

Si eres padre, necesitas mucho valor: no interfieras. Abre puertas en direcciones desconocidas para que el niño pueda explorar. Él no sabe qué lleva dentro; nadie lo sabe. Tiene que ir a tientas en lo oscuro. No lo vuelvas temeroso de la oscuridad, no lo vuelvas temeroso de fracasar, no lo vuelvas temeroso de lo desconocido. Dale apoyo. Cuando emprenda un viaje desconocido, envíalo con todo tu apoyo, todo tu amor, todas tus bendiciones. No dejes que lo afecten tus miedos. Puedes tener tus miedos, pero guárdatelos para ti. No los descargues en el niño porque van a interferir. Después de los siete años, en el siguiente círculo de siete años, de los siete a los catorce, un nuevo elemento se suma a la vida: las primeras agitaciones de la energía sexual. Pero es apenas una especie de ensayo. Ser padres es un trabajo difícil, así que si no estás listo para asumir esa tarea ardua, no tengas un hijo. Las personas se convierten en padres y madres sin saber qué es lo que hacen. Traes una vida a la existencia; necesita todos los cuidados del mundo. Luego, cuando el niño comienza a realizar sus escarceos sexuales, es la época en que más interfieren los padres, porque interfirieron con ellos. Lo único que saben es que se los hicieron así, de modo que les hacen lo mismo a sus hijos. Las sociedades no permiten los escarceos sexuales; por lo menos, no los permitían hasta este siglo...

En esos siete años, el segundo ciclo de la vida, es importante ensayar.

Se encontrarán, se mezclarán, jugarán, se conocerán. Y eso ayudará a la humanidad a deshacerse de casi noventa por ciento de las perversiones. Si se permite que jueguen juntos niños de siete a catorce, que naden juntos, que estén desnudos juntos, desaparecerán noventa por ciento de las perversiones y noventa por ciento de la pornografía. ¿Para qué molestarse en eso? Cuando un chico ha visto muchas chicas desnudas, ¿qué interés puede tener para él una revista del tipo de Playboy? Cuando una niña ha visto a muchos niños desnudos, no veo que haya ninguna posibilidad de que se sienta curiosa de otros; simplemente desaparecerá. Crecerán juntos en forma natural, no como dos especies animales diferentes….

Pero la manera de criar a los niños es casi como para destrozarles toda la vida. Esos siete años de escarceos sexuales son absolutamente esenciales. Las niñas y los niños deben ir juntos a escuelas, albergues, piletas y camas. Deben practicar para la vida que los espera; tienen que estar listos para eso. Y no hay peligros, no hay problemas, si se concede a un niño la libertad total respecto de su creciente energía sexual y no lo condenan ni lo reprimen, que es lo que hacen ahora…

El segundo ciclo de siete años es muy importante, porque te alista para los siguientes siete años. Si hiciste bien tu tarea, si jugaste con tu energía sexual, con espíritu deportivo —y, en ese momento, es el único espíritu que tienes— no serás un pervertido, un homosexual…

Luego de los catorce, a los veintiún años, madura tu sexo, y es importante que lo entiendas: si el ensayo salió bien, en los siete años cuando madura el sexo, te ocurre algo muy extraño y que quizá nunca habías pensado porque no habías tenido la oportunidad. Te expliqué que en los segundos siete años, de los siete a los catorce, tienes un atisbo de los preliminares sexuales. En los terceros siete años vislumbras la fase poscoital. Todavía convives con chicos y chicas, pero comienza una nueva etapa de tu ser: empiezas a enamorarte. Todavía no es un interés biológico. No estás interesado en tener hijos, no estás interesado en ser marido o mujer, no. Son los años del juego romántico. Estás más interesado en la belleza, en el amor, en la poesía, en la escultura, que son manifestaciones diferentes a las del romanticismo…

De los veintiuno a los veintiocho años es la época de sentar cabeza.

Pueden escoger una pareja pues ya son capaces de elegir. Gracias a las experiencias de los dos ciclos anteriores, pueden elegir a la pareja correcta. Nadie puede hacerlo por ti. Se parece más a una corazonada: no es aritmética, ni astrología, ni quiromancia ni consulta del I Ching; no se hace con nada de eso. Es una corazonada: se conoce a muchísima gente y de pronto, se conecta algo que no se había conectado con nadie. Y se conecta con tanta certidumbre y en forma tan absoluta que no es posible dudar. Aun si tratas de dudar, pero no puedes: la certidumbre es inmensa. Con esta conexión sientas cabeza…

El periodo más placentero de la vida va de los veintiocho a los treinta y cinco: el más gozoso, el más apacible y armonioso porque dos personas comienzan a unirse y a fundirse una en la otra. De los treinta y cinco a los cuarenta y dos se da otro paso, se abre una nueva puerta. Si hasta los treinta y cinco has sentido una profunda armonía, si has tenido una sensación orgásmica y por ese medio has descubierto la meditación, de los treinta y cinco a los cuarenta y dos tú y tu pareja se ayudarán para entrar más y más en esa meditación sin sexo, porque en ese punto, el sexo empieza a verse infantil, cosa de jóvenes.

Los cuarenta y dos es la edad correcta en que una persona debe ser capaz de saber exactamente quién es.

De los cuarenta y dos a los cuarenta y nueve profundiza en la meditación, ahonda más en sí mismo y ayuda a su pareja en el mismo sentido. Se vuelven amigos. Ya no hay marido y ya no hay mujer; esa época se terminó. Le dio riqueza a tu vida, pero ahora hay algo mucho más elevado que el amor. Se trata de la simpatía, una relación empática para ayudarse uno al otro a profundizar en su interior, a ser más independientes, a estar más a solas, como dos árboles altos que están separados pero de todos modos cerca o dos columnas de un templo que sostienen el mismo techo: están muy cerca, pero tan separados y tan independientes y solos.

De los cuarenta y nueve a los cincuenta y seis esta soledad se convierte en el centro del ser. Todo lo que hay en el mundo pierde significado. Lo único que queda con sentido es esta soledad.

De los cincuenta y seis a los sesenta y tres te conviertes completamente en lo que vas a ser: el potencial florece.

De los sesenta y tres a los setenta empiezas a prepararte para dejar el cuerpo. Sabes que no eres el cuerpo, sabes que tampoco eres la mente. Supiste que el cuerpo era aparte de ti en algún momento alrededor de los treinta y cinco. Supiste que la mente era parte de ti en algún momento hacia los cuarenta y nueve. Ahora, se abandona todo excepto el yo, que atestigua; solo queda en ti la pura conciencia, la llama de la conciencia, y es la preparación para la muerte…

Setenta años es la duración natural de la vida del hombre. Y si todo procede según este curso natural, el hombre muere con un gozo enorme, en gran éxtasis, sintiéndose inmensamente bendecido de que su vida no haya carecido de propósito, de que por lo menos hubiera encontrado su hogar. Y a causa de esta riqueza, esta satisfacción, es capaz de bendecir toda su existencia. Es una gran oportunidad estar junto a una persona cuando muere. Conforme abandona su cuerpo, se siente una lluvia de flores invisibles; no puedes verlas, pero sí sentirlas.

Osho. La odisea de ser humano: ¿Es posible encontrar la felicidad en la vida ordinaria?

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