El siguiente cuento, es una gran invitación a la reflexión y al aprendizaje: ¿Cuántas balsas arrastramos por la vida? Trata de un viajero oriental que se encontraba cruzando unas tierras desérticas y salvajes, y de repente se encontró con un río realmente complicado de cruzar.
El hombre se percató de que se encontraba en un serio apuro, por un lado, el río que tenía delante llevaba aguas profundas y turbulentas que tenían tanta fuerza que arrancó de forma violenta el único puente que podía servir de ayuda. Si esto fuera poco, el lugar donde se encontraba atrapado estaba morado por hambrientos lobos y la tierra era tan árida que no disponía de qué comer.
Pasaron unos días y el viajero nervioso, hambriento, dominado por el miedo tuvo una idea que le hizo saltar de su sitio y dar un grito de “lo tengo”: haré una balsa. Trenzaré ramas, los ataré con los jirones de mi ropa y cruzaré el río; y a pesar de que la corriente sea muy fuerte, remaré con los brazos y piernas y tarde o temprano, seguro que llego sano y salvo a la otra orilla.
Y así lo hizo, materializó su idea y confeccionó la balsa con la que se aventuró a cruzar esas salvajes aguas. Remó, temió, sufrió pero consiguió llegar a la otra orilla. Preso de una alegría que no se puede describir, el hombre abrazó la balsa, la besó, la apretó contra sí:
– ¡Gracias a ti, he podido salir de ese infierno de tierra, me has ayudado en un momento muy difícil, un momento en el que me encontraba sólo frente a las adversidades, pero aquí has aparecido y me has hecho salir de uno de los mayores aprietos que me encontrado en mi vida! A partir de ahora te llevaré siempre conmigo.
Y diciendo esto, el hombre cargo con la balsa sobre su espalda y continuó fatigada y pesadamente su camino. La llevó consigo a través de llanuras, montaña arriba y desiertos. Por más que le obstaculizará su camino, le rompiese continuamente su ritmo, por lo pesado que resultaba arrastrar esa losa y que no le dejó conseguir lo que realmente quería y le hacía feliz, él nunca lo soltó por el sentimiento de que le salvó la vida.
Y es que lo que en su momento “algo” o “alguien” pudo habernos salvado, tal vez hoy nos puede complicar seriamente las cosas, y lo peor, no nos deja evolucionar, desarrollarnos y encontrar la felicidad. Porque, volviendo al cuento, ¿Qué sentido tiene arrastrar la balsa a través del desierto? ¿No sería más lógico que en esta ocasión arrastrásemos reservas de agua?
Muchas veces erramos en pensar que a algo o alguien que nos ha echado una mano en los momentos difíciles, le debemos la vida sin darnos cuenta que lo que puede ocasionarnos es fracasar en ciertos retos.
Si la persona que te ha echado una mano lo ha hecho desde el corazón, no necesita que le des gracias cada segundo, ni que tengas el sentimiento de que le debes la vida.
No te puede tener atado emocionalmente, no puede pretender que arrastres la balsa a lo largo del árido desierto, porque lo demás el resultado será que morirás de sed, eso sí, morirás con la balsa a tu espalda.
¿Cuántas balsas vamos arrastrando por la vida cada uno de nosotros?