22 Apr
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Piénsalo bien. Hay un tren que se acerca a gran velocidad por una vía y está fuera de control. A cien metros de esa misma vía se encuentran cinco personas atadas por un asesino en serie sin posibilidad de escapar. Pero tú estás ahí, a un lado de la vía, y tienes la posibilidad de accionar un botón que cambia la dirección del tren a una vía diferente. El problema es que en esa otra vía también hay una persona atada por el mismo psicópata. ¿Pulsarías el botón?

Estamos ante dos posibles respuestas, accionar el botón y salvar a cinco personas a cambio de la muerte de una, o no accionar el botón, con lo que morirán las cinco personas salvándose la que se encuentra en la otra vía.

Si accionamos el botón no hay duda de que salvamos a cinco personas, una mayor cantidad de vidas, pero por el camino habrá muerto una persona con nuestra decisión. ¿cómo se mide una vida? ¿se puede medir? ¿hay una respuesta correcta? Todo un dilema moral del que, muy posiblemente, aunque lo tengas claro, vas a dudar.

Foot, Thompson y la ética

Estamos ante un experimento mental que inició e ideó la filósofa británica Philippa Foot y adaptado posteriormente por Judith Jarvis Thompson en 1985. La mujer dedicó parte de su carrera y trabajos a la ética, siendo una de las pioneras en los estudios sobre la ética de la virtud, la corriente de estudio que dice que la moral surge de rasgos internos de la persona, las virtudes, en contraposición a la posición de aquellos que dicen que la moral surge de reglas o que depende del resultado del acto.

Foot fue especialmente crítica con el consecuencialismo, es decir, esa frase que hemos oído muchas veces que dice que el fin justifica los medios; que cuando un objetivo final es lo suficientemente importante, cualquier medio para lograrlo es válido. Philippa entonces ideó el dilema del tren, una fórmula para entrar de lleno en la discusión, ¿de verdad puede justificarse matar a una persona para salvar a otras?

Desde entonces y con ligeras variaciones este dilema y experimento mental ha dado para grandes discusiones y ha demostrado ser una herramienta tremendamente flexible para sondear cuales son nuestras intuiciones morales.

No sólo eso, las modificaciones que ha sufrido han permitido aplicarlo a otros campos y escenarios tan dispares como son la misma guerra, la tortura, el uso de drones, el aborto o la eutanasia. También, aunque modificado, este tipo de experimentos mentales sobre ética se han apoyado para el avance y estudio del derecho civil.

Variaciones al clásico: el hombre gordo

Veamos. En el primer caso la gran mayoría de las personas suelen decidir, o al menos considerar que así lo harían de darse el caso, accionar el botón. El razonamiento que se suele aplicar es que es la mejor opción moral ante el dilema. Es verdad que hay un pequeño grupo que dice que la mejor opción es no hacer nada, pero en cualquier caso la primera es la opción mayoritaria. Por tanto a este grupo le podríamos aplicar que funcionan bajo un cálculo utilitarista que justifica esta edición.

Con ello (utilitarismo) nos referimos a la teoría ética que asume las siguientes tres propuestas: lo que resulta intrínsecamente valioso para los individuos, el mejor estado de las cosas es aquel en el que la suma de lo que resulta valioso es lo más alta posible, y lo que debemos hacer es aquello que consigue el mejor estado de cosas conforme a esto. En cualquier caso, incluso el grupo de los no-utilitaristas también se suelen mostrar a favor de la decisión de presionar el botón. Por esta razón en los 80 apareció Judith Jarvis Thomson, dándole una vuelta al experimento mental. Esta es la nueva situación:

A lo largo de la historia este segundo dilema ofrece unos resultados opuestos al primero, cuando en esencia se trata de idénticos resultados. Seguimos en ese hipotético escenario donde un tren a gran velocidad se acerca por una vía y está fuera de control. A cien metros de esa misma vía vuelven a estar esas cinco personas atadas a la vía sin posibilidad de escapar.

Pero tú ahora estas en un puente o pasarela justo encima de la vía donde pasará el tren y donde se encuentran las cinco personas. No tienes un botón como antes, pero tienes la absoluta certeza de que puedes parar el tren lanzando un gran peso sobre la vía, lo que salvaría a las cinco personas.

Por último, tienes al lado tuyo a una persona muy gorda, de modo que si la empujas a la vía, serías capaz de parar el tren y salvar la vida de las cinco personas, aunque obviamente a cambio de matar a una. ¿qué harías?

Es posible que ahora ya no lo tengas tan claro, o quizá sí. Lo cierto es que la gran diferencia en este nuevo escenario es que en vez de un botón hay una persona, y claro, la cosa cambia porque te hace pensar que realmente estas matando a alguien, ¿y antes no?

Es interesante porque a lo largo de la historia este segundo dilema ofrece unos resultados opuestos al primero, cuando en esencia se trata de idénticos resultados. Mientras que en el primero la mayoría presiona el botón, aquí muy pocos se atreven a empujar a la persona gorda a la vía.

Los defensores de la primera opción argumentan que la gran diferencia es que no hay intención clara de dañar a nadie, el daño es un efecto secundario de la vía alternativa. Mientras que en el segundo caso el daño es directamente parejo a la posibilidad de salvar a las cinco personas.

Claro que hay otro grupo, también elevado, que opina que llegados a este segundo caso que no hay diferencia moral substancial entre llevar el peligro a un individuo (primer caso) o poner a un individuo en el camino del peligro (segundo caso). ¿Entonces?

Tercer dilema: la elección del médico

Tanto Thompson como otros filósofos han ofrecido otras variaciones sobre el mismo dilema del tren o incluso en otros escenarios más aterradores aún. Veamos.

Eres un médico y tienes cinco pacientes que necesitan trasplantes inmediatos para vivir. Dos requieren un pulmón, otros dos un riñón y el quinto un corazón. Existe una sala contigua donde se recupera de una fractura en la pierna otro individuo, pero aparte de esta lesión, el individuo está en perfecto estado. Por tanto, si matamos al paciente sano y tomamos sus órganos podríamos salvar a los otros cinco, ¿qué harías?

Es posible que nuestro pensamiento tenga bastante claro que esto es un asesinato, sin más, pero no deja de tener el mismo resultado que el primer dilema que tan fácil parecía de responder cuando comenzamos.

¿Hay una respuesta/acción correcta?

Enumerando todos los dilemas parece que todos tienen la misma consecuencia, sin embargo la mayoría de la gente sólo estaría dispuesta a presionar el botón del primer dilema. Muy pocos tirarían a la persona gorda a la vía, mucho menos matar a ese pobre paciente para darle sus órganos a otros cinco. ¿Entonces?

Lo cierto es que no hay una respuesta acertada y dependerá de un gran número de factores. Como explicaba Foot, es posible que el ser humano tenga una escala donde exista una distinción entre matar y dejar morir. Mientras que el primero es activo, el segundo es pasivo.

Lo que está claro, elijas lo que elijas, es que este dilema y experimentos mentales similares para evaluar la ética de las personas demuestran que la mayoría de la gente aprueba algunas acciones que causan daño, mientras otras acciones con el mismo resultado se consideran inadmisibles. Esto pasa cada día sin darnos cuenta e incluso estando de acuerdo en alguna de las acciones, es posible que entre nosotros varíe la justificación para actuar así. Son los dilemas del mundo real con los tenemos que lidiar cada día.

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