En ocasiones sobran las palabras. Cuando alguien abre su corazón y nos cuenta algo importante para él, puede ser preferible no decir nada (más allá de una señal para que sepa que le hemos escuchado). Dejar que disfrute de sus pausas y que su respiración inunde el ambiente que ha generado el relato. En estos casos, tu silencio puede reconfortarle mucho más que cualquier observación vacía, simple y que está lejos de ser una ayuda.
Pensemos. ¿Por qué una mirada, un gesto, una mueca o una caricia pueden arroparnos más que un “te apoyo”, “estoy aquí” o “cuenta conmigo”? Estas últimas no son frases huecas o banales, por lo que de por sí están cargadas de un gran significado afectivo. Por tanto, no son fácilmente sustituibles por el lenguaje no verbal. Entonces, ¿cuándo no decir nada es la mejor manera de apoyar al otro?
No decir nada puede ser una forma de apoyar a nivel emocional al otro.
Tradicionalmente, el sonido siempre ha sido lo extraordinario: el llanto de un bebé, una sirena de ambulancia, un rugido, un grito de dolor… Todas estas son señales de alarma que nos ponen sobre aviso. Por eso, parece razonable suponer que el ruido alerta a nuestro cerebro y nos pone en modo de emergencia.
En cambio, el crecimiento de las flores, el desarrollo psicoevolutivo de las personas y muchas maneras de poner en práctica la creatividad suelen llevarse a cabo en la más absoluta discreción. Por eso, cuando no se tiene nada que aportar o no se puede decir nada que mejore el silencio, es preferible mantenerse callado.
“Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo”.
-Ludwig van Beethoven-
Tratar de llenar la calma con comentarios neutros y vacíos no sirve para aliviar la incomodidad de ese mutismo, sino todo lo contrario. Puede incluso contribuir a que el hastío aumente. Además, es prudente mantener nuestros labios cerrados cuando sospechamos que nuestra aportación puede ser contraproducente.
Así, cuando alguien nos lanza una pregunta incómoda, mantenerse sin decir nada puede ser en sí mismo una respuesta de lo más contundente. Sobre todo si esta respuesta es negativa. Porque muchas veces, los silencios hablan más que las palabras. De hecho, hay silencios que lo dicen todo.
Seguramente, en alguna ocasión habrás sentido la necesidad de llegar a casa y “soltar” todo el lastre del día. Y lo único que deseas es que alguien te preste atención y simplemente te escuche. Que se mantenga atento y entienda el dolor, la frustración o el malestar. No buscas nada más, simplemente desahogarte y liberar tu disgusto.
En esos casos y algunas veces, si te rechistan lo más mínimo y te confrontan, puedes acabar discutiendo con la otra persona. Porque no necesitas que te dé su opinión o que rebata lo que te ha pasado durante la jornada, si no simplemente buscas consuelo y apoyo, sentir que no estás solo ante las diferentes situaciones de la vida. Es en esos pequeños momentos donde el silencio atento se aprecia más que cualquier otra palabra.
“La palabra precisa tal vez sea efectiva, pero ninguna palabra jamás ha sido tan efectiva como un silencio preciso”.
-Mark Twain-
En una conversación, la ausencia de diálogo fluido puede hacer que nos sintamos incómodos. Esa tirantez genera dudas, llegando a preguntarnos qué estará pensando el otro: ¿se sentirá bien?, ¿tendrá algún problema?, ¿no querrá hablar conmigo? Existe miedo a la ausencia de ruido, porque el silencio nos deja solos ante nuestra consciencia.
Por eso, para que no nos resulte tan perturbador, es bueno aprender a apreciarlo. Saber que mirando hacia dentro podemos llegar a conocernos mejor a nosotros mismos. Estar callado o no decir nada no significa dejar de existir, reflexionar o vivir. De hecho, este silencio -bien gestionado- facilita un encuentro con el propio yo y conversar en silencio.
“La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno”.
-Erasmo de Rotterdam-
Una falta de acuerdo, seguida de un silencio prolongado, puede generar un ambiente realmente tenso. Por eso, si apreciamos y respetamos al otro, y tenemos el suficiente autocontrol como para hacerlo, es conveniente callar antes que compartir nuestro punto de vista y abrir una disputa que no nos va a llevar a ningún sitio. En el fondo, todos sabemos con qué temas y personas es recomendable adoptar esta postura.
Hablamos de esos puntos que no tienen trascendencia y de esas personas con una inclinación especial por discutir y llevarse las críticas al terreno personal. En estos casos, un silencio puede decir de manera velada que no estamos de acuerdo con lo que el otro ha compartido sin dar paso a una discusión. Así, no “entrando al trapo”, nos salvamos de ser esclavos de nuestras palabras.
Aunque a menudo solemos considerar como adecuada una relación de amistad basada en la conversación y en la apertura emocional constante; también es bueno pararse a reflexionar sobre la otra parte. Esa en la que se respetan el tiempo y el espacio del otro. En la que se deja que cada uno pueda disfrutar de sus segundos de reflexión y de sosiego.
Mente Maravillosa