25 Nov
25Nov

Escuché hace tiempo esta frase en una charla sobre espiritualidad, con el consiguiente revuelo entre los asistentes al interpretarla como la imposibilidad de evolución y mejora del ser humano. ¿Cuál era la intención del conferenciante, al utilizar de nuestro refranero popular esta afirmación?

Es evidente que removió con fuerza mis convicciones, y eso me llevó a plantearme algunas preguntas y reflexiones que hoy comparto con ustedes.

Al nacer, ya tenemos con nosotros todas las semillas y valores a desarrollar a lo largo de nuestra vida, y si nos prestamos atención, percibiremos lo que va predominando en nosotros en cada situación. Todas esas energías, nos acompañan siempre, y uno de nuestros trabajos es conocerlas, en su luz y su sombra, para sacarles el máximo partido sin caer en los excesos.

Poco a poco comprendí, que la frase pretendía hacernos ver nuestra capacidad de abrir los ojos, observar y despertar nuestras cualidades, las semillas a plantar y cuidar para recoger el fruto positivo, no solo para nuestro beneficio, sino para el de la Humanidad a la que pertenecemos, y especialmente aquella en la que nos movemos.

Si nos colocamos en la postura: "yo soy como soy y al que no le guste…" Podemos alimentar situaciones de enfrentamiento, separación o resentimiento, al no ser capaces de rectificar comportamientos, culpando a los demás de lo que nos pasa, e incluso auto-engañamos, sintiéndonos víctimas en vez de apreciar el error o la manipulación en la que estamos inmersos.

La consecuencia lógica es que poco a poco, se aparten de nosotros aquellas personas despiertas, que observan nuestro desequilibrio, y no lo comparten ni siguen el juego de esa manipulación. Si, es posible que muramos “marranos”, en el caso de no haber trabajado las energías que pueden llevarnos a caminar avanzando por el camino correcto, y es entonces que regresaremos para trabajar de nuevo, conocernos, y mejorar.

Es probable que al final de nuestra vida todas estas energías seguirán con nosotros, aunque si somos capaces de trabajar las sombras dejaremos este mundo con las luces mucho más acentuadas. Es probable también que las sombras seguirán ahí en la próxima vida para tentarnos y verificar si el trabajo que con ellas hemos hecho está terminado o necesita todavía limar aristas, porque todo nos sirve para mejorar y crecer.

Se dice que en la puerta del templo de Apolo en Delfos, lugar de culto en la antigua Grecia, la entrada estaba franqueada por el lema “Conócete a ti mismo” atribuido al filósofo Sócrates (470 a.C. – 399 a.C.), su origen se remonta más allá del siglo VI a.C., La importancia de este aforismo atemporal radica en que orienta a los seres humanos a explorar nuestra realidad interior, donde se encuentra todo lo que necesitamos para poner fin a nuestro sufrimiento y alcanzar la plenitud anhelada.

Y los que buscan conocerse tienen en la imagen de abajo, en el gráfico de la Menorah, el candelabro de siete brazos, con sus luces y sombras, que además representan las energías que rigen cada uno de los siete días de la semana, la “guía” en la que apoyarse para conocer las energías que predominan en cada uno de nosotros, las virtudes y defectos que están en nosotros, las sombras que acuden rápidamente a través de nuestros estados emocionales que nos afectan y las luces que hacen desaparecer esas sombras, dominarlas y evitar esos estados emocionales que nos desequilibran.

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