Esta es la tercera entrega de este estupendo resumen del libro.
¿Qué tenían los Romanos, Espartanos y Suizos en común?
Históricamente, tenían poblaciones bien armadas que les permitieron permanecer como estados independientes y libres por siglos.
Aquí yace una de las lecciones clave para todo príncipe: solo un ejército local puede defender efectivamente un principado.
Los mercenarios, o tropas independientes que lucharán a cambio de tu dinero, no sirven de nada. No tienen nada que perder si tu reinado cae, por lo que no están comprometidos con él. En cualquier batalla podrían salir corriendo al primer encuentro con el enemigo pues pensarán que no vale la pena morir por lo que les pagas.
Así, serán una molestia y una carga en tiempos de paz exigiéndote sus salarios; durante la guerra, igual dejarán que tus enemigos te destrocen.
Aunque llegaras a encontrar un comandante mercenario suficientemente capaz y entregado para luchar por ti en tiempos de guerra, no pasará mucho tiempo antes de darse cuenta que él mismo puede derrocarte con sus tropas.
En repetidas veces, Italia cometió el error de confiar en mercenarios durante los siglos XV y XVI, y como resultado fue conquistada por los reyes franceses Carlos y Más tarde Luis, así como sufrir la invasión de Fernando de Aragón cuando sus mercenarios huyeron.
Otro error garrafal que puede cometer un príncipe es depender de tropas auxiliares de príncipes aliados para proteger sus dominios. Una vez que las fuerzas de otro príncipe han entrado a tus dominios, nunca lograrás zafarte de ellos.
Un ejemplo de esto puede constatarse cuando los griegos permitieron que 10.000 soldados turcos ingresaran a sus tierras para protegerlos de sus vecinos. Cuando cesó la guerra, los turcos se rehusaban a irse y terminaron ocupando Grecia durante siglos.
Ya ves, siempre perderás si tratas de confiar en tropas auxiliares. Si son vencidas en la batalla, tu principado caerá. Pero si ganan, se quedarán y serás su esclavo.
La única forma de proteger tu principado es crear un ejército de tus propios ciudadanos que sea leal a ti y a tu principado.
“Los suizos están muy bien armados y también son muy libres”
Una vez que te conviertas en príncipe, el mundo ya no te verá de la misma manera. La gente comenzará a esperar cosas de ti que no esperarían de sus conciudadanos.
Es por ello que características personales como ser educado o generoso pasan de ser simples aspectos privados a pilares de vital importancia para la estabilidad de tu principado. Como tales, su atractivo también cambia pues las características que claramente son positivas para un ciudadano común no necesariamente lo serán para un príncipe.
Considera la generosidad; un individuo generoso es admirado. Pero si tú como gobernante quieres hacerte con una reputación de generosidad, nunca será suficiente gastar en tu pueblo pues la gente muy pronto se acostumbrará a los beneficios que les ofreces. Una y otra vez tendrás que aumentar esos regalos, lo que agotará tus arcas rápidamente. La única solución sería establecer fuertes impuestos, que a su vez terminarán por neutralizar todas las ventajas de tu inicial generosidad.
Así que para ser un príncipe exitoso, necesitas equilibrar generosidad y miseria.
Usa la generosidad para ganar poder, especialmente cuando te encuentres en una situación en la que tu pueblo tiene voto sobre quién debería ser príncipe. Así es como César llegó a ganarse Roma; invirtió una fortuna en pan y circo para aumentar su popularidad.
Pero esta generosidad no puede durar una vez que te has hecho príncipe; para entonces, deberías mostrarte como mísero para ir aumentando tus gastos progresivamente y ganar popularidad lentamente, sin incurrir en problemas financieros.
Éste es el mismo patrón que siguió César; tan pronto como alcanzó la posición que buscaba, moderó sus gastos para no llevar su imperio a la quiebra.
A la larga, tus súbditos estarán mucho más satisfechos si simplemente les dejas estar en paz con impuestos relativamente ligeros. Así que ser mísero con los fondos del estado para mantener impuestos moderados puede ser mejor que la generosidad, después de todo.
“Gastar la fortuna de otros no reduce tu reputación, más bien la aumenta”
Una de las grandes amenazas que el Imperio Romano enfrentó fue la guerra contra Aníbal y su ejército cartaginés. El éxito de Aníbal es atribuido a su extrema crueldad; por ejemplo, crucificaba a sus propios soldados si llegaban a indicarle direcciones erróneas. Inyectó tal terror dentro de su propio ejército que lo mantuvo unido en momentos críticos, como al cruzar los Alpes.
Para un príncipe, la lección es que la crueldad, usada bien, puede serte muy útil.
Por supuesto, todo príncipe quiere ser visto como piadoso o justo, pero para poder preservar su poder y mantener a sus ciudadanos unidos, debe también estar dispuesto a usar el miedo.
Ser temido es una opción mucho más segura para un príncipe que ser amado. Como lo sabe cualquier adulto, las promesas basadas en el amor son rotas todo el tiempo, así que ser visto demasiado débil y flexible puede ser aprovechado por aquellos que quebrantarán las leyes para sus propios intereses. El miedo de un castigo terrible siempre servirá para evitar este tipo de acciones.
De hecho, ¿Acaso no eres un líder piadoso mientras mantienes las calles de tu principado seguras, por el temor a castigos extremos para quienes rompan la ley?
Usar la crueldad es especialmente efectivo para mantener el control de tu ejército. Los soldados admiran cierto grado de crueldad, así que aceptarán que la uses para mantenerlos disciplinados. El éxito de Aníbal es prueba de la efectividad de esta estrategia.
Aún cuando puedes usar la crueldad para ventaja propia, debes evitar llegar al punto en el que la gente te odie. Trata de encontrar el equilibrio correcto. Por ejemplo, no castigues sin razón a inocentes o les quites sus propiedades o sus mujeres, o se volverán en tu contra. Confabularán para derrocarte y al final, tu crueldad extrema tendrá un efecto contrario al que buscabas originalmente.
La mejor forma de evitar que tu pueblo se rebele es mantenerlos, hasta cierto punto, con miedo.
“Todo príncipe debe ser considerado piadoso y no cruel”