Sin duda, la mente es una gran aliada, sobre todo para cualquier cosa relacionada con la supervivencia, con lo más esencial, con los quehaceres del día a día… es lo que nos diferencia de los animales. Pero hay una diferencia aún mayor en la que, desgraciadamente, nuestra patológicamente racionalizada sociedad todavía no ha profundizado nada, y es nuestro aspecto más sutil, más espiritual, algo que nos diferencia aún más de los animales.
Por ello, en las cuestiones del día a día, usar la mente es efectivo, pero en todo lo que se refiere a la felicidad auténtica (no a la alegría o el éxtasis momentáneo y frenético que tiene más que ver con la ansiedad y las adicciones que con la verdadera felicidad), resulta mucho más eficiente usar nuestra capacidad espiritual, o como se entiende coloquialmente, escuchar la voz del corazón.
El problema es que resulta difícil escuchar esa voz, sobre todo si nos hemos pasado la vida desoyéndola. Si no prestamos atención a nuestras necesidades más sutiles, las más importantes, las que dan sentido a nuestra vida, al final esa voz acaba por apagarse y resulta realmente complicado saber escuchar lo que nuestra alma nos está pidiendo y en muchos casos desesperados, al final tiene que producirse una enfermedad para que por fin nos detengamos a escuchar.
Para que no llegue ese punto extremo, te facilitamos algunas claves para dar un sentido más profundo a tu vida, un sentido que solo es tuyo y para ti y; que descubrirás aprendiendo a escuchar lo que te pide el corazón.
Aquí en occidente solo distinguimos entre cuerpo y mente y además lo tratamos como si fuesen cosas diferentes sin comprender que somos mucho más que materia y que todo está íntimamente ligado. Todo lo que le ocurre al cuerpo tiene que ver con la mente (y más cosas) y viceversa.
La filosofía oriental lo contempla de otra manera. Es curioso que aquí consideramos pueblos como India o China o Japón civilizaciones más atrasadas en comparación con la nuestra cuando, en verdad, nos llevan mucha ventaja desde hace ya mucho tiempo.
Por mucho que nos creamos más evolucionados, lo cierto es que vivimos esclavos de los aspectos más básicos de la existencia: el dinero, el sexo, el éxito, los placeres, el ego… En cambio, las filosofías orientales llevan miles de años estudiando aspectos mucho más sutiles como la felicidad, la compasión, el universo, la existencia, el desapego. Por supuesto hay gente más y menos evolucionada en todas partes. No hablo de seres humanos concretos, sino de su filosofía que, en definitiva, me parece infinitamente más evolucionada que la nuestra.
En oriente (tanto en la práctica religiosa como en la medicina, como en todos los aspectos) se distinguen varios cuerpos:
Pero el hecho de que se diferencien estos cuerpos, no quiere decir que estén separados. Más bien todo lo contrario. Todo tiene que ver con todo. Todo está relacionado y todo interactúa.
Por mucho que en nuestra sociedad enferma de arrogancia se valore por encima de todo lo demás la razón, lo cierto es que si nos atreviésemos a ver el mundo sin esas gafas egocéntricas, nos daríamos cuenta de que los seres humanos distamos mucho de ser tan perfectos como la vida. Qué enorme arrogancia creer que hacemos las cosas mejor que la vida, que podemos superarla. No, no podemos. Hay algo muy superior en nuestro ser y es precisamente cuando somos capaces de percibirlo que empezamos a no necesitar prácticamente nada para ser felices. Solo entonces podemos acercarnos a la felicidad.
La mente, como decía, sirve para la supervivencia y es por ello que la usamos cada día para encajar en el mundo, para hacer lo que creemos que debemos hacer para sobrevivir. Los seres humanos necesitamos la aceptación social, necesitamos que otros validen nuestras acciones. El problema es que nuestra sociedad está profundamente enferma consideramos absurdo lo que hacen los africanos o los hindúes, y somos tan ignorantes que pensamos que lo que hacemos es pasarnos la vida trabajando para empresas, llenos de estrés, de tristeza, de adicciones, de cualquiera cosa menos paz y serenidad, adictos a productos y aparatos sin los que ya no podemos vivir y que, para poder tener, dejamos de vivir la vida y convertirnos en esclavos que ni siquiera seamos conscientes de que lo somos.
Imagina por un momento que todas las cosas que crees que tienen tanta importancia no la tuvieran en verdad. Imagina por un momento que fueras capaz de vivir sin tantas cargas, sin aparatos, sin productos, sin estrés, sin tantas responsabilidades; imagina que fueras capaz de vivir libre y feliz, en serenidad, con paz interior, sin prisa, sin adicciones, sin necesidades, con muy poco, haciendo muy poco, solo siendo feliz.
Imagina por un momento que no tuvieras que trabajar tanto, que todos los días fueran vacaciones, que no tuvieras que hacerlo todo perfecto como se nos exige en esta sociedad… que no tuvieras que ser guapa ni rica, ni lista, ni alta; ni buen mozo o adinerado, que simplemente siendo tú, sin esforzarte en nada, todo fuese perfecto.
Imagina por un momento que hubiese algo superior que nos guía, que nos supera, que hay unas leyes universales que no elegimos sino que simplemente son. Imagina que ese algo superior (llámalo dios o diosa, vida, universo, como quieras) te quisiera feliz, te arropara y te fuese dando pistas para enseñarte el camino hacia la felicidad y el desapego.
Imagina por un momento que la forma en que se escuchan esas señales es a través de la voz interior, la voz del corazón, de la intuición.
Imagina que ese camino no tiene nada que ver con la lógica ni con la razón, sino con el amor y la felicidad, aunque no tenga ningún sentido para tu mente ni se parezca en nada a todo lo que has ido aprendiendo desde el colegio.
Imagina que la voz de la mente eres tú hablándote a ti desde el ego. Imagina que la voz del corazón es la vida hablándote desde la unidad.
Imagina por un momento que esta historia que te estoy contando fuese verdad. ¿Cómo diferenciar entonces una voz de otra?
Deja que te ponga un ejemplo común. No te gusta tu trabajo (en el fondo de tu corazón sabes que no es tu sitio y que te va a hacer enfermar). Pero cuando te planteas dejarlo, empiezas a pensar que te hace sentir muy bien tener dinero, que te hace sentir muy bien tener seguridad, que te hace sentir muy bien dar lo mejor a tus hijos (o mejor dicho lo que tú crees que es mejor), que te hace sentir muy bien tener la casa y el coche que tienes.
Bien, todo eso que tú dices que te hace sentir muy bien son solo pensamientos. A lo que debes prestar atención es a tu cuerpo cuando vas a trabajar. ¿Te levantas a las 6 cuando te despiertan los pajaritos, con toda la ilusión por ir a trabajar o te quedas haciendo tiempo en la cama porque no te quieres levantar? ¿Te llena de alegría tu trabajo y las horas se pasan volando y tienes ganas de seguir al día siguiente o las horas se te hacen eternas? ¿Te llena de energía o te gasta energía? ¿Tienes una salud de hierro o cada vez que vas al trabajo te sale una contractura? ¿Te sientan de maravilla las comidas con los compañeros o acabas con ardor de estómago y te pasas la tarde en el sofá cuando llegas a casa sin energía?
Por supuesto, todo tiene un precio. Si dejas un trabajo, una amistad, una pareja o lo que sea, vas a sentir miedo a lo desconocido, y eso no es serenidad. Obviamente, cuando hablo de paz y serenidad me refiero a cuando ya has conseguido hacer lo que la vida (a través de tu cuerpo y tus sensaciones) te está indicando. Un buen truco es imaginar cómo sería tu vida si te atrevieras a ser coherente y feliz. Si sientes paz al imaginarlo, ese es el camino, aunque de momento te de miedo o tengas que atravesar una etapa de cambio y desconcierto.
La felicidad tiene que ver con hacer y decir y actuar siempre de una forma coherente con lo que dice nuestro corazón. Sin fingir, sin disimular, sin esperar nada, ni éxito ni fracaso, sino simplemente haciendo aquello que nos sale del alma, piensen lo que piensen los demás y piense lo que piense tu mente.