14 Jul
14Jul

Cuando consumimos alcohol etílico o etanol (que es el alcohol predominante en las bebidas alcohólicas), comienzan en nuestro cuerpo una serie de reacciones tendientes a eliminarlo lo antes posible. El etanol es muy soluble tanto en agua como en grasa, por lo que se distribuye eficientemente en todas las células del organismo. Por supuesto, los efectos del alcohol (que según los estudios y los hallazgos forma parte de la dieta humana desde hace más de diez mil años), van a sentirse en mayor o menor medida acorde a una serie de variables.

De la totalidad de alcohol ingerida, el 20% se absorbe a través del estómago, y el 80% a través del intestino delgado. Esto explica porqué las bebidas con dióxido de carbono (como el champagne) embriagan más rápido, ya que producen que el píloro (que es la unión del estómago con el intestino) permanezca abierto más tiempo por el gas, pasando así mayor cantidad de alcohol más rápido. Eso genera el dicho “las burbujas se suben a la cabeza”.

Por otra parte, del volumen total, en una persona sana, el 90% se metaboliza por el hígado, y el 10% se elimina desde los pulmones por el aire espirado, por la orina, y por la transpiración. Entonces, el estado de ebriedad comienza cuando se bebe más alcohol por hora que el que el hígado es capaz de metabolizar, quedando el remanente circulando por el cuerpo. Dicha velocidad de metabolización, varía de un individuo a otro.

Justamente, eso es lo que miden los controles de alcoholemia, al detectar la cantidad de alcohol que se está expulsando por la respiración, y trazando una equivalencia con el total consumido. El hígado transforma el alcohol en acetaldehído (causante del mal aliento de una persona que bebió en exceso) y agua, gracias a una enzima llamada alcohol deshidrogenasa, y luego el acetaldehído se transforma en ácido acético, por otra enzima llamada aldehído deshidrogenasa.

Como dijimos, la capacidad del hígado para trabajar, es el factor fundamental que va a determinar el “aguante” de una persona frente al consumo de alcohol, viéndose influenciado por la cantidad ingerida, el mayor o menor periodo de tiempo en el que se ingirió, si había comido o no (con el estómago e intestinos vacíos la absorción es mucho mayor), y el tipo de bebida (sobre todo por la graduación alcohólica).

El etanol bloquea los canales de transmisión de impulsos nerviosos, por eso se vuelve complicado razonar o pensar; el acetaldehído disminuye los niveles de neurotransmisores, volviendo los movimientos de la persona menos coordinados; además al aumentar los niveles de estrógenos pero disminuir los de testosterona, en el caso del hombre aumenta el deseo sexual pero disminuye la potencia (con lo cual se queda sólo en un deseo).

Puntualmente en el cerebro, el exceso de alcohol hace los más marcados efectos. Por un lado, al interferir en la absorción de la vitamina B1, provoca desorientación espacial, pérdida de equilibrio y pérdida de memoria temporal (el famoso “no me acuerdo de nada de anoche”). Por otro lado, al verse afectados los receptores de glutamato en los circuitos neuronales, se vuelve más lenta la coordinación general del cuerpo.

Además, hay un doble efecto depresor – exaltador, ya que se bloquean los receptores ácido gamma-aminobutírico, pero también se estimula la producción de dopamina y endorfinas, que brindan sensación de felicidad y placer. O lo que es lo mismo, un efecto inhibitorio – excitativo. Las proporciones en las cuales estos efectos se suceden en el cerebro varían de una persona a otra, haciendo que en algunos casos la persona se ponga “contenta”, “feliz”, “alegre”, en otros casos “triste”, “llorona”, “depresiva”, y en otros casos violenta o peleadora.

Ya desde la época del dios del vino mitológico romano Baco, se sabe de los peligros del abuso del alcohol. Según una historia, Baco iba camino a la ciudad de Naxia, pero en la mitad del viaje se sentó a descansar. Notó que a sus pies había una pequeña planta, la cual desterró para llevarla consigo. Tomó un hueso hueco de un ave y puso en su interior el tallo, pero éste pronto creció y sus raíces quedaron al descubierto. Luego divisó un hueso hueco de un león, y colocó allí la planta. Pero sucedió lo mismo, a causa de la fertilidad que Baco le transmitía. Entonces encontró un hueso de asno, y finalmente ahí la trasladó hasta el regreso a su morada. Esa planta era una vid.

Cuando Baco les enseñó a los hombres el arte de la viticultura, recordó los tres huesos que había utilizado para transportar aquella primera pequeña planta, y trazando un paralelismo les explicó que si bebían moderadamente se ponían alegres, cantaban, y disfrutaban de la vida como pájaros. Si seguían bebiendo más de la cuenta, empezaban a ser como leones y comenzaban los problemas. Y si seguían consumiendo aún más vino, se volvían como asnos, cometiendo toda clase de insensateces y siendo el hazme reír de otras personas.

Por Diego Di Giacomo
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