22 Feb
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Dios no creó a la humanidad. Fue el hombre quién creó a la diosidad o ¿debo decir teoidad? No lo sé. Lo que sí sé, después de leer acerca de casi todas las culturas del mundo antiguo, es que los dioses son producto de la ignorancia y de la necesidad. Los hombres que moraban en las cavernas no sabían cómo funcionaba la naturaleza. La lluvia, los volcanes, los truenos y todos los fenómenos naturales eran un enigma para ellos. Por ignorar cómo o por qué sucedían, pensaban que seres superiores los producían. Si te fijas, todas las culturas antiguas del mundo eran politeístas. No importa que tan lejos estuviera una de la otra, todas llegaron a la misma conclusión: detrás de esos fenómenos había seres divinos. Todos los sucesos que traían las cosas que necesitaban para sobrevivir, se convirtieron en “dioses”.

No es para sorprenderse que la vasta mayoría de las culturas antiguas hayan escogido al sol como su dios principal. El sol no solamente les daba luz y calor, sino que también le daba las estaciones y las plantas. La luna era otra deidad. Les daba luz por las noches y controlaba las mareas. La lluvia era una divinidad importante. Les daba cosechas y agua para beber. Cualquier cosa que les cubriera sus necesidades más básicas, la convertían en un dios.

Después de mucho tiempo, una nueva clase de hombre apareció, el hombre inteligente y astuto. Su cerebro se desarrolló más rápidamente que el de los otros. Empezó a notar que la naturaleza daba algunas señales antes de que los eventos “divinos” ocurrieran. Por ejemplo, que antes de llover, espesas nubes cubrían los cielos, y el viento soplaba. Y decidieron usar ese conocimiento a su favor. Generalmente no eran los más fuertes, así que difícilmente se convertían en jefes. Pero tenían algo mucho mejor que la fuerza bruta. Tenían el conocimiento. Le decían a la gente, “Yo puedo hablar con los dioses. Si le pido al dios de la lluvia que llueva, él enviará la lluvia.”

Para probarlo, empezaban a orar o a danzar o cualquier otra cosa que hicieran. Al poco tiempo, llovía, y todos se maravillaban. Y cuando necesitaban lluvia, acudían a esos chamanes. Más los servicios no eran gratis; tenían que darle algunas “ofrendas” para los dioses. Solo que no eran realmente para las deidades, ¡eran para ellos! Después de obtener el obsequio, comenzaban a bailar, los que bailaban, y la lluvia caía. ¡Porque realmente llovía! El truco estaba en que no danzaban cuando se lo pedían, lo hacían cuando veían las señales de la naturaleza, y así engañaban a los ignorantes.

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La lluvia no era lo único que controlaban. También descubrieron que algunas plantas podían curar algunas de las enfermedades. Le decían a la gente, “Yo puedo interceder por ti para que los dioses te curen.” Y le “hablaban” a los dioses a la vez que les daban una poción a los enfermos. El enfermo pensaba que los dioses lo curaban, sin saber que la verdadera medicina estaba en la bebida.

Al poco tiempo, hasta los grandes jefes les pedían consejo. Los chamanes se percataron que podían ser aún más poderosos que los propios jefes. Solamente tenían que jugar sus cartas apropiadamente. Y así, se convirtieron en el poder detrás del trono.

Las civilizaciones florecieron en todo el mundo y también los dioses. Los chamanes evolucionaron en sacerdotes y los dioses en religiones. Los dioses tenían diferentes nombres, pero representaban la misma cosa: el sol, la luna, la lluvia.

Antes de ir a la guerra, todos los grandes comandantes tenían que arrodillarse ante el sacerdote del templo. Al ver esta escena, estoy seguro de que los clérigos decían para sí, “¿Quién tiene el poder ahora?” La gente dependía tanto de aquellos dioses que ejércitos enteros se rehusaban a moverse si no eran bendecidos por el sumo sacerdote.

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Entre más ignorante es la persona, más fácil es para los prelados convencerla de que dios existe. ¿Cuál es la mejor edad para que una persona empiece a ir a la iglesia? “A temprana edad, 4, 5, o 6 años,” contestará un sacerdote, pastor o predicador. ¿Por qué a esa edad? Porque a esa edad, los niños son tan ignorantes como un cavernícola de hace milenios. Ellos creerán lo que les digas: Santa Claus, hadas madrinas, duendes, los reyes magos, lo que sea. Tan fácil como es para los padres hacerlos creer en esos seres; así es de fácil para los sacerdotes y a los de su calaña, hacerlos creer en dios. El problema es que una vez que está en sus cabezas, ni una buena educación lo puede sacar.

Ningún dios del mundo tiene poderes. Es la gente quien se los da. Desde un principio, los humanos han sido débiles de espíritu. Temían todo lo que desconocían. Lo que era un misterio para ellos, le atribuían origen divino, y eso pasa aún ahora.

Cuando la gente tiene problemas, oran. Al terminar de orar, reciben la respuesta a sus problemas y piensan que su dios les dio la solución. No. La solución al problema siempre estuvo allí. Solamente que no la veían. Sus cerebros estaban tan tensos, frustrados y preocupados que dejaron de funcionar apropiadamente. Al rezar, se relajan. Y al bajar la tensión en el cerebro, las ideas se organizan mejor, y ¡saz! Ahí está la respuesta. Piensa cuando tomabas clases de álgebra. Te dejaban diez problemas de tarea. Ya sabías el proceso, así que comenzabas a trabajar en los primeros y no tenías problemas en encontrar las respuestas. Después, cuando quedaban dos o tres, se te dificultaba encontrar las respuestas correctas. No importaba cuanto lo intentaras, no lo lograbas. Frustrado, tirabas tu lápiz sobre tu cuaderno y te ibas a jugar con tus amigos. Más tarde, recordabas tu tarea y continuabas trabajando en ella.

De pronto, te percatabas cual era el problema; habías sumado dos números equivocadamente. Corregías el error, continuabas con el resto y te sacabas un diez. ¿Por qué encontrabas la respuesta después de jugar un rato? La encontrabas porque al jugar, relajabas tu cerebro. Orar no es la única respuesta a tus problemas. Aleja tu mente de ellos por un rato, y eso también te ayudará a encontrar la solución.

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El conocimiento es el exterminador de dioses. Entre más fuerte se vuelve la ciencia, más se debilitan las religiones. Y eso es porque todas ellas, sin excepción, se fundaron en la ignorancia. Los primeros seres humanos no tenían conocimiento. Tuvieron que empezar de cero.

Esa condición de ignorancia prevaleció durante la edad de piedra, la edad de bronce y más. Dos desafortunados eventos empeoraron la falta de conocimiento en esas sociedades: el incendio de la biblioteca de Alejandría, y el ascenso del catolicismo. El primero evitó que las nuevas generaciones tuvieran acceso a cientos de miles de libros en todos los campos del saber, que los científicos antiguos habían estado escribiendo en todo el mundo conocido. El último se opuso al conocimiento, porque sabía que era su mayor enemigo. Trataron de parar su desarrollo a cualquier costo.

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La ignorancia se acentuó en la edad media. Durante este periodo, se mantuvo al pueblo iletrado. No se les permitía buscar respuestas a sus preguntas más allá de la biblia. Todos los avances de la ciencia eran abruptamente interrumpidos. Los que se atrevían a ir en contra de esas prohibiciones eran acusados de herejía, torturados y ejecutados. El régimen brutal impuesto por la iglesia católica a la sociedad no permitía que los cerebros crecieran.

No fue hasta el Renacimiento cuando científicos, artistas y pensadores comenzaron a dar respuestas  a las preguntas que la religión no podía responder, o las respuestas que tenían no eran muy convincentes. Durante siglos, la iglesia católica pensó que la tierra era plana. También creían que el sol daba vueltas alrededor de la tierra. Hasta llegaron a pensar que la tierra era el centro del universo. Afortunadamente para la humanidad, siempre hay individuos que están dispuestos a poner en riesgo todo lo que tienen para aclarar esos momentos oscuros de la historia.

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