30 Jul
30Jul

Hoy nos centraremos en los juicios que vamos emitiendo y desperdigando sobre quienes nos acompañan en el camino de la vida, y que al final se vuelven contra nosotros, llenándonos de prejuicios y envenenado nuestra verdadera naturaleza de amor, alejándonos de la dicha y la plenitud.

Es fundamental conocer y entender que no somos jueces de nada ni de nadie, ni siquiera de nosotros mismos.

No debemos tomarnos esa libertad, no nos corresponde, nadie nos la ha otorgado, evitemos ser tan osados de ir sentenciando a las personas de mi alrededor con base a mi visión parcial de la realidad, pues a lo que yo tengo acceso es a un trocito de la verdad y debemos ser prudentes porque no vemos la totalidad.

Mi visión es parcial y limitada, es relativa así que… por lo menos, hasta alcanzar niveles superiores de consciencia, donde ya la crítica destructiva no tiene cabida, pues se acepta a cada uno tal y como es, con sus aciertos y errores, eso se llama amor incondicional. Dejemos a los jueces para la justicia terrenal…

Evitemos a toda costa frases como… “eres un…” y cambiémosla por “este acto que has realizado…”, o “este comportamiento creo que…” pues al decir “eres…” estamos sentenciando y ese derecho no nos corresponde.

Además, lo más probable es que estemos equivocados, pues probablemente no nos hemos puesto en la piel de esa persona, en sus zapatos, desconocemos sus experiencias, aprendizajes y vivencias particulares y únicas.

¡Qué diferente lo veríamos si nos pusiéramos en su lugar!

Eso se llama empatía y requiere humildad y compasión, y estas son hijas del amor…  sin ellas no podemos llegar a puntos de encuentro y entendimiento, donde la magia fluye y desde donde es posible compartir el conocimiento, entendimiento y el amor sanando y creando.

Requiere de apertura mental, de ser permeables a lo que venga, de fluir… por eso las etiquetas son peligrosas porque ponen rejas, alambradas y muros, compartimentalizando los pensamientos y sentimientos y separándonos de nuestro acompañantes del camino. Seamos coherentes y antes de señalar, asegurémonos de tener las manos limpias.

Cada vez que sentenciamos a otra persona colocándole una etiqueta nos estamos encadenando a nosotros mismos, pues lo que dices y haces, te será devuelto, la vida es como un boomerang…

Seamos prudentes a la hora de colocar rótulos, pues aunque son necesarios en este mundo en el que vivimos, no así las sentencias. Además una vez colocados, quedan fijados en la memoria, estáticos e inamovibles, separando y aislando, ya no veremos más allá, quedando prisioneros de nuestro pasado, no dejando que lo nuevo entre, y es en lo desconocido y en el “aquí y ahora” donde reside la verdadera libertad, pues el pasado ya no existe, simplemente se fue…

No nos apeguemos a ello. Ni al futuro tampoco, que ya vendrá. Archivar y clasificar es fácil, mas cambiar esos clichés cuando han sido grabados equivocadamente es mucho más complejo, por eso cuidado con lo que archivamos en la memoria, asegúrate que sea de calidad superior.

Aprendamos a mirar a nuestros acompañantes con inocencia, pensando que lo hacen lo mejor que pueden, aunque esto que no les exima de su deber de seguir avanzando, progresando y elevando con esfuerzo, sacrificio y disciplina… que al final se convierten en nuestros mejores aliados…

Triskelate
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