09 Jan
09Jan

Fue llamada La Santa Viviente y luego de su muerte fue canonizada por el Papa Francisco (quien a su vez tampoco sería un mal candidato para hacer un artículo similar. Pero esa es otra historia.)

Todos sabemos como ella fue a las calles de Calcuta para mejorar desinteresadamente las vidas de miles de personas pobres y enfermas a través de su caridad sin fin. Fue un icono global en los 80s y 90s, también fue mencionada constantemente en libros, películas y programas de televisión. Inspiró a millones de personas a cumplir actos desinteresados de caridad.

Pero mirando más detenidamente, es claro que su santidad no fue del todo merecida. Cuando la iglesia decidió canonizarla con el objetivo de mejorar la imagen de la Iglesia Católica; investigadores encontraron un sinfín de depravación en su manera de actuar.

Para empezar, todas sus acciones vinieron con condiciones.

Tal como dicen “nada en la vida es gratis”. Ella ayudaba a estas personas pobres y enfermas pero a costa de sus almas, literalmente hablando. Forzaba sus conversiones obligatorias a esta pobre gente que no tenían lugar uno al cual ir ni alguna otra esperanza a la cual recurrir. Frente a tal elección, entre estar hambrientos y morir de enfermos, obviamente la única respuesta era convertirse y así por lo menos vivir 1 o 2 semanas más.

Pero hubo casos en los que había personas en un estado tan malo que no podían siquiera convertirse por voluntad propia así que ella los bautizaba de todas formas, sin su consentimiento. No es diferente de cualquier otro escándalo con los Mormones bautizando post-mortem victimas judías de los nazis como Ana Frank.

En segundo lugar, daba pésimo tratamientos médicos.

Los centros médicos de la Madre Teresa tenían una tasa de mortalidad del %40. Cuando doctores británicos y periodistas alrededor del mundo fueron a observar las condiciones de estos, descubrieron que las clínicas eran desastres sanitarios con voluntarios sin entrenamiento que no tenían idea de lo que hacían. Las enfermedades contagiosas eran manejadas inapropiadamente; jeringas y otros implementos si acaso fueron enjuagados con agua del grifo. Gente que se aquejaba del dolor no recibían calmantes hasta que morían porque la Madre Teresa disfrutaba el sufrimiento por el que pasaban, ella sentía que eso los acercaba más a Jesús.

Hubo también voluntarios que mencionaron que mucha gente en sus clínicas que pudieron haber sobrevivido si se les hubiera dado una atención médica adecuada, se les negó tal cosa en nombre del sufrir y el acercarse más a Jesús. Sus clínicas eran tan malas que las apodaron “Hogares para agonizantes”.

Ella definitivamente estaba más que un poquito desviada mentalmente y lo más obsceno de todo esto es que glorificaba el acto de sufrir. Pero solo el sufrir de otros; cuando se trataba de su propio sufrimiento, acudía a hospitales estadounidenses a victimizarse por su cadiopatía.

También era tan tacaña que no prestaba ni atención.

La Madre Teresa recibía millones en donaciones por su trabajo, de parte de católicos devotos, quienes pensaban que estaban contribuyendo a una buena causa y de sus contactos adinerados como Charles Keating y Jean-Claude Duvalier. Pero de todas esas donaciones, no fue comprado ni un solo equipamiento médico; ella prefería dinero en efectivo porque se podía acumular en alguna parte, pero el equipamiento médico tenía que ser puesto en funcionamiento en sus “Hogares para agonizantes” y ella no podría atreverse a no tener a sus pacientes sufriendo, ¿no es así?

Incluso hubo un incidente en el que fue a comprar abarrotes por $800 y se negó a apartarse de la fila hasta que alguien pagara la compra en vez de ella, no sin causar una gran inconveniencia para todos a su alrededor. Y para lo que sirvieron esos abarrotes, es una interrogante en sí, ya que un voluntario de sus comedores dijo que a la hora de servir sopa, ellos no compraban pan y solo era servido si alguien se los donaba.

Nadie sabe a dónde se fue todo su dinero, pero la mayor parte de este no fue para los pobres.

Probablemente estaba demente.

Después de su muerte, hubo periodistas que descubrieron que ella frecuentaba cartas con sus colegas y superiores de la Iglesia en las que relataba el tormento y la duda que albergaba en su alma, por encima de su fe. Estas cartas fueron publicadas por Random House en el libro “Ven, sé mi luz: Las escrituras privadas de La Santa de Calcuta”.

Es casi seguro que su glorificación del dolor era resultado del consejo tan pobre que le daban sus superiores y párrocos colegas en momentos en los que dudaba de sí. La orden de la Madre Teresa practicaba la autoflagelación, algo que se hace en muchos países católicos como penitencia en solidaridad con Jesucristo. Uno de sus mentores fue el padre Joseph Neuner de los Jesuitas, quien le dio tales “palabras de sabiduría” que es seguro que eso la hizo sobrepasar su límite:

  • “Tu obscuridad es el regalo divino de unión con Jesús en su sufrimiento. Tu dolor te acerca más a tu Cónyuge Crucificado y de esta forma compartes Su misión de redención. No hay mayor unión con Dios.”

Para nadie es sorpresa que la acarrearon a la locura después de haber recibido tales palabras de parte de su mentor y confidente. ¡Sufra más, acérquese más a Cristo! Y ella transmitió tal sentimiento a las miles de personas que “cuidó” en sus clínicas.

En fin, la Madre Teresa inspiró a incontables millones de personas alrededor del mundo a sacrificarse y ser caritativos, pero la imagen de ella que se cultivó en los medios, esconde una extraña y desquiciada esencia de depravación y sufrimiento.

Aun cuando no cabe duda de que la Madre Teresa fue motivada por convicción y propósito, y que ella logró algo que la mayoría de nosotros nunca podríamos estar ni cerca de igualar, su personalidad real como adoradora del sufrimiento y su descarado menosprecio por la vida humana en nombre de su fe en un Jesús que sufre, no solo es perturbador sino rotundamente desquiciado.

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