30 Sep
30Sep

Siempre me ha gustado el vino, también la cerveza y el champagne, en este espacio quiero traer artículos y curiosidades de este generoso mundo del vino y otros licores espirituales.

Tenemos aquí tres posibles versiones. Comencemos por la primera: Cuenta la historia, que el famoso "chin-chin" proviene de una deformación de la expresión alemana "ich bring dir's", que en español significa algo así como "yo te lo traigo". Se dice que esta frase fue pronunciada por primera vez en 1527 cuando los mercenarios alemanes de Carlos V saquearon la ciudad de Roma. Para celebrar la victoria, estos guerreros alzaron las copas en honor al rey y aclamaron esa frase refiriéndose al botín que le llevaban.

Nuestra segunda teoría da cuenta de que en las fiestas lujuriosas bacanales romanas, se pretendía disfrutar de la bebida con todos los sentidos, y como el único que no participaba era el oído, era necesario chocar las copas para que el sonido lo haga partícipe del placer de beber.

Y en cuanto a la tercera, los historiadores afirman que la tradición surgió durante el siglo IV antes de Cristo, en el seno del imperio romano, y que se hacía por razones totalmente distintas a las actuales. Por aquellos tiempos, en los cuales abundaban las deslealtades y las trampas, eran moneda corriente los asesinatos por medio de la bebida envenenada. Como una muestra de confianza y camaradería, los anfitriones y sus invitados solían chocar con fuerza sus copas colmadas, con el objetivo que parte del líquido de una pasase a la otra y viceversa, dejando en evidencia que no había ningún tipo de veneno en la bebida. Por supuesto, en aquel entonces esas copas no eran de vidrio ni de cristal.

La historia de la luna de miel

Se sabe que el primer líquido alcohólico consumido en forma cotidiana por la humanidad es la llamada "hidromiel", o también conocida como "la cerveza vikinga".

Esta primitiva bebida se obtenía con la mezcla de miel de abeja y agua, en proporciones aproximadas de medio kilo de miel por cada litro de agua. Simplemente se dejaba reposar, y en el lapso de una semana (gracias al trabajo de las levaduras) se obtenía un brebaje que rondaba los 13 grados de graduación alcohólica, muy similar a un vino actual.

Esta predecesora de la cerveza y el vino, fue hallada en escritos, dibujos y pinturas antiquísimas, desde la prehistoria. Era consumida en la antigua Grecia, en Roma, en la América pre-Colón, en África, en Europa central, en los países nórdicos, y en Asia. Especialmente en los países nórdicos, se le daba una relevancia muy importante a la hidromiel, al punto que antes de salir a surcar los mares, los vikingos lanzaban unos chorros de la bebida al mar para augurar una exitosa travesía.

Esta preparación formaba parte de su dieta tanto a diario, como antes y después de las batallas, y fundamentalmente luego de los enlaces matrimoniales. Si había algo que le interesaba al pueblo vikingo, era procrear varones, ya que era necesario para la guerra contar con un ejército numeroso. Cuando un hombre y una mujer contraían matrimonio, se les regalaban grandes cantidades de hidromiel.

La idea era que consumiesen lo máximo posible de ese líquido durante el primer mes (o la primera lunación) posterior al enlace, ya que ellos estaban plenamente seguros que esto aumentaría su fertilidad y favorecería que el sexo del recién nacido fuese masculino. Ese fue el remoto origen de la tradición de lo que hoy conocemos como "luna de miel". En cuanto a la hidromiel, cayó en desuso cuando la vid se esparció por Europa y se hizo masivo el consumo de vino, aunque hoy en día aún existen productores artesanales de dicha bebida en distintas partes del mundo.

La historia de las “copas” del corpiño

Una de las versiones más conocidas afirma que en la Edad Media, Enrique II, rey de Francia, estaba absolutamente enamorado de una mujer, la duquesa Diana de Poitiers (y de su figura). A punto tal que ordenó a sus sirvientes encontrar la manera para que pudiese tener en sus manos los pechos de su amante, inclusive cuando él estuviese comiendo. ¿Cuál fue la solución? Hicieron recostar desnuda, boca abajo, a Diana de Poitiers sobre un material moldeable (¿arcilla?) y de allí sacaron los moldes de sus pechos para crear los recipientes de porcelana en los cuales Enrique II bebería en los banquetes.

Esas especies de tazones (las primeras copas) permanecen aún hoy en distintos museos de Francia. La misma historia también se recrea con Elena de Troya y con María Antonieta, cada una en su época, claro está. Y esto explica por qué se les llama copas a las dos partes que componen los brasieres femeninos. Así fue entonces como comenzó la evolución de la copa de vino, hasta tomar las formas y dimensiones que posee hoy en día (no tan voluptuosas como las que usaba Enrique II).

Por Diego Di Giacomo

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