Antes de consagrarse como escritor de la más alta escuela, Déon trabajó mucho para Dalí. Fue Deón quien puso en francés correcto y elegante varias obras de Dalí. Y esa complicidad creó entre ellos profundos lazos de amistad. Durante veinte o treinta años. Déon fue la “pluma” francesa de Dalí. El francés de Dalí en media docena de libros es el francés de Michel Déon. Dalí tenía un francés escrito muy pintoresco, gutural, infantil, rozando lo grotesco. Déon dio una nobleza cierta a la obra francesa del genio del Ampurdán.
Más de medio siglo más tarde, Michel Déon, buen novelista desconocido en España, ha rescatado entre sus papeles personales uno de los originales del relato de Dalí. Y su hija, editora en La Table Ronde, publica la obra daliniana, en facsímil. Se trata de una pequeña joya delirante, que tiene una larga historia.
“Es vergonzoso, querido lector, que, con el tiempo que lleva usted tirándose pedos, no sepa todavía cómo se los tira ni cómo debe tirárselos. Acostumbramos a imaginar que los pedos solo se diferencian por ser grandes o pequeños y que, en el fondo, son todos del mismo tipo: craso error”.
Además de la experiencia onírica que Dalí ofrece a través de su obra y de los múltiples detalles tan peculiares sobre su vida privada, el oriundo de Figueras también merece un justo reconocimiento como uno de los grandes estudiosos del pedo. El hombre que se creía la reencarnación de su hermano muerto y que fue exiliado de la corriente surrealista, cuenta con uno de los estudios más detallados detrás de “el compuesto de ventosidades que sale a veces con ruido y otras en sordina, silenciosamente”.
Aquel que podríamos considerar como uno de los mayores tratados sobre las flatulencias, pero que no debe estudiarse como un trabajo aislado en el desarrollo de la humanidad, puede encontrarse en Diario de un genio, una de las obras literarias de Dalí que concede al lector un vistazo fugaz pero sumamente íntimo en la mente poco modesta del hombre que nació sabiéndose genio. El propio Dalí nos advierte de aquello que podemos encontrar en su obra, puesto que “el libro demostrará que la vida cotidiana de un genio su sueño, su digestión, su éxtasis, sus uñas, sus resfriados, su sangre, su vida y su muerte son esencialmente diferentes de los del resto de la humanidad”. El título consiste en el diario personal del oriundo de Figueras desde 1952 hasta 1963, una peculiar tabla de valoraciones de artistas, idolatrados y menospreciados, por el también escultor y dos particulares anexos. Diario de un genio pretendía ser la primera parte de otras ocho que detallaran la vida del artista, mismas que deberían esperar a la restauración de la monarquía para ver la luz, puesto que Dalí argumentaba que “los regímenes democráticos no estaban listos para las fulminantes revelaciones” que compartiría.
Uno de los anexos al título, consiste en el detallado estudio, concepción y crítica al pedo: Fragmentos de El arte de tirarse pedos o Manual del artillero socarrón, por el conde de la Trompeta, médico del Caballo de Bronce, para el uso de personas estreñidas. En poco menos de 15 páginas, Dalí detalla la importancia de abordar un tema “prácticamente ignorado hasta ahora” pero parte intrínseca de la naturaleza humana, y que por ende, ha acompañado al ser humano desde su pasado primitivo hasta la majestuosidad de los palacios y salones reales.
El pedo, en palabras de Dalí es “aquella ventosidad encerrada en el bajo vientre causada, como afirman los médicos, por el desbordamiento de una pituita entibiada, que un ligero calor ha aligerado y desprendido sin disolver; o producida, según los campesinos y el vulgo, por el uso de algunos ingredientes ventosos o de alimentos de la misma naturaleza”. El asunto, evidentemente propenso a las diversas situaciones del clima, está sujeta a su clasificación por medio de características como el tipo de sonido, la consistencia y el olor. Para iniciar la clasificación, es preciso seguir un método casi científico, parecido al que se debe realizar para apreciar el bouquet de un vino:
“Metan, dice, su nariz en el ano; el tabique de la nariz divide por igual el ano; las dos ventanas forman así los dos platos de la balanza de que deberá servirse la nariz. Si sienten cierto peso al medir el pedo que sale, es señal de que habrá que pesarlo; si es duro, en anas y pues; si es líquido, en pintas; si es grumoso, en celemines, etc., pero si lo encuentran demasiado pequeño para hacer el experimento, hagan como los vidrieros: soplen en el tubo todo lo que quieran hasta que se haya conseguido el volumen razonable”.
El debido proceso para catar el pedo nos lleva a una clasificación precisa, no definitiva, de aquellas ventosidades del ano, catalogadas y descritas por el propio Dalí:
Como Dalí advierte, es preciso que el lector no caiga en la trivialidad de los pedos y se deje guiar ciegamente por el humor que estos acarrean, puesto que resulta de suma importancia reafirmar el valor del pedo dentro de la sociedad, como interruptor de un silencio desagradable y detonador de una conversación placentera.
“Que no se diga, tan injustamente, que la risa provoca el pedo y que es más bien motivo de desprecio y piedad que de una auténtica alegría; el pedo es de por sí un placer, independientemente de los lugares y de las circunstancias en que se produce”.
Bastaría concluir entonces, compartiendo un juego propuesto por Dalí, que si bien entiende que podría ser mal recibido por una parte de la sociedad, resulta en un interesante ejercicio de apreciación del pedo.
“Uno de los juegos más encantadores que conozco consiste en recibir un zullón en la mano, en acercarla a la nariz del o de la compañera de cama y hacerla adivinar de qué tipo es y qué gusto tiene el pedo”.
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Salvador Dali. (1964). Diario de un genio. México: Tusquets Editores.