Viajar es emocionante. Abre la mente, desdibuja las fronteras, amplía los horizontes, te hace creer que todo es posible. Es una excelente terapia para la autoestima, para conocerse uno mismo y descubrir ahora sí, el propio camino.
Para mí, es uno de los caminos hacia la felicidad, mucho más rápidos y directos que muchas otras cosas, y lo recomiendo encarecidamente para cualquiera que desee escarbar un poquito más profundo en el viaje del autoconocimiento y del amor hacia uno mismo.
Sin embargo, y como suele pasar, no todo es felicidad en el paraíso. Viajar no es lo mismo que migrar, hay una diferencia sustancial entre darte un paseo por un lugar exótico que quedarte a vivir donde no tienes ninguna de tus raíces.
Es cierto que los que hemos optado por buscar una vida mejor lejos de nuestra casa, encontramos la fuerza para seguir adelante en un sentimiento de satisfacción personal por la valentía de enfrentar la soledad y la distancia, que podemos engañarnos sintiéndonos mejores, más valientes, más sabios, más listos que los que se quedaron, pero mentimos, nos mentimos a nosotros mismos, pues los que se quedaron en casa, no solo tuvieron la fortuna de ahondar esas raíces que nosotros ya no podemos utilizar para agarrarnos a la vida, también tuvieron que afrontar situaciones difíciles que igualmente les han hecho crecer, madurar y desarrollarse, en la dirección que han necesitado, y eso es más que suficiente. No tiene sentido escoger sufrir de más, solo para ponernos el título de maduros, la vida se encarga de ponernos por delante justo lo que necesitamos, ni más ni menos.
Y a pesar de la riqueza que podemos aprovechar y encontrar en la experiencia y sabiduría de conocer y vivir otra cultura, la verdad es que el migrante vive en una especie de limbo emocional que no siempre es fácil de llevar. Se lleva, por puro instinto de supervivencia, y de ahí a veces el auto-engaño y el empeño en encontrar motivos para el disfrute y la satisfacción personal. Pero vivir sin raíces es triste, duro sentirte huérfano de alguna manera… y lo que es peor, huérfano de patria ya de por vida, para siempre, estés donde estés.
Porque el que acaba por crear un hogar lejos de donde nació, llega un momento que ya no pertenece a ninguna parte, ya no somos ni de aquí ni de allí, y tanto si te quedas en el país de acogida, como si decides volver a “casa”, ya nunca serás de ahí. Jamás encontrarás las cosas como eran, y el cambio se dio para todos… ya no eres quien se fue, ya no son quienes se quedaron. Cambian las ciudades, las tiendas, los bares, las rutinas, los temas de conversación y hasta las costumbres… y tú, ya no te encuentras en terreno conocido, vuelves a ser, igual que cuando te fuiste, un migrante que no pertenece a ningún lugar.
Al final, para el migrante su país acaba por viajar con él, su hogar es su gente, o él mismo, ¡qué otro remedio queda! Qué otro remedio que buscar lo que te falta en lo que sí tienes cerca, en lo que te rodea, qué otra que encontrar la felicidad en el motivo por el cual te fuiste… Y aprovechar las riquezas de la casa que te acoge. Y agradecer la oportunidad, la generosidad del que te trata como igual, como familia aún siendo diferente.
El migrante no es ningún afortunado, pero es el más afortunado del mundo. Con la tristeza de la distancia y la fortuna del descubrimiento, con la gracia de la acogida y la pena de ser siempre diferente. Pero la vida está compuesta de cambios constantes y solo de ti depende sacarle jugo a la vida estés donde estés y hayas elegido lo que hayas elegido.
Es casi imposible planificar un futuro y cumplirlo punto por punto, así que si la vida te llevó lejos de tu territorio conocido, aprovecha la circunstancia para descubrir dentro de ti la patria, la familia y el hogar que necesitas para ser feliz. Aprovecha para descubrir la capacidad que todos tenemos para sobrevivir y crear la vida que nos llena, que nos hace sonreír por dentro y por fuera. Aprovecha para descubrir que la felicidad está dentro de cada uno y no depende de las circunstancias que te rodean. Cada día es tu oportunidad para conseguirlo creando tu propio mundo, y esto es aún más real en el migrante, así que adelante, tú tienes más que nadie el pasaporte que necesitas para tu propio país de la felicidad.
Inspirulina